Geografías literarias

Quizás la primera geografía más o menos lejana que recuerdo, asociada a un libro, es la de la Isla de Kirrin de los Cinco (los célebres personajes creados por Enid Blyton). No sé por qué razón pero aquellos paisajes de los cuentos tradicionales con sus castillos, sus frondosos bosques, sus idílicas casitas parece que no arraigaron demasiado en mi imaginario.

La geografía de las aventuras de los Cinco no sólo era lejana físicamente, sino también por algunos de los referentes culturales que se mencionaban, como la famosa cerveza de gengibre, de la que me intrigaba justamente ese dichoso gengibre que a mí no me sonaba de nada. Un poco como el ruibarbo de los pasteles de algunas películas.

El primer libro que leí de la saga de los Cinco llegó a mí una tarde de domingo de la mano de mi maravillosa tía Antonia, a la que agradezco infinitamente no haberme traído aquel día uno de aquellos ñoños cuentos para niñas que leían algunas de mis amigas. Porque ya sabemos que las niñas buenas van al cielo... ¡y las malas recorren el mundo!

Junto a los Cinco, pero sin la mitad de su gancho literario, estaban los Siete Secretos y sus misterios, y los Hollister, una familia americana que a veces también se iba de viaje y corría aventuras, como aquella de Nueva York. También resultaban atractivos aquellos internados, tan lejanos de nuestra realidad cotidiana, como el de Torres de Malory o el de Santa Clara, donde unas gemelas vivían divertidas andanzas.

Luego llegaron las exóticas geografías, ésas sí, de Emilio Salgari y Julio Verne, mente visionaria y creador excepcional. Recuerdo especialmente Dos años de vacaciones, obra en la que quince niños naufragan en una isla del Pacífico y tienen que apañárselas solos, y Cinco semanas en globo, de la que guardo vívida en la memoria la imagen de la portada: una tribu africana contemplando el descenso del globo aerostático. ¡Seguro que muchos y muchas de nosotros nos enfrentamos ahora al viaje, y a la vida, con ese bagaje excepcional!